martes, 22 de marzo de 2011

Sitiada por unos telefonistas mongoles

Nos han engañado. Sí, a golpe de teléfono, cantos ambrosianos y descuentos pensados para gente que se pasea en pijama a las 10 de la mañana, como nosotras. Lo que iba a ser una mera operación de portabilidad (gran palabra técnica que se utiliza para la ocasión) ha concluido hoy con unos datos escalofriantes: vamos a estar 20 días sin internet en casa. Y lo que parece una suprema tontería, se ha convertido en cómo sobrellevar algo así como una adicción.
Me veo yendo de un lugar a otro con mis cacharros, instalándome de cualquier manera en una esquina, sonriendo y contando mi vida. Eso sí, tengo que decir que mis conocidos son solidarios y siempre levantan la ceja en plan pobre gatita descarriada, le dejaré un cable de conexión.
Y así me veo, como una Santa Apolonia moderna. Por el resto bien, abrazando la nueva longitud de las horas y deglutiendo chocolate, que no da más problemas que aflojar el elástico de los pantalones. Y volviendo al bonito hábito de la lectura, un mundo abandonado por los píxeles, casi sin darme en cuenta.
Y después de este post tutti frutti, donde os he contado todo y nada a la vez os dejo respirar el aire pre estival que destila erotismo y olor a fresa (by the face).

viernes, 18 de marzo de 2011

Ir a mirar o a que te vean

Es lo que tiene la palabra público. Que aglutina a gente en un espacio compartido, congrega a almas aburridas de poner sellos, certificar documentos y estirar abdominales a ritmo de taca taca.
En un evento público, los humanos acuden para deleitarse con algo, pero de paso, mientras esperan, repasan cómo está el patio.
Tantas veces me pregunto si en realidad tienen algún interés en ver a bailarines o malabaristas chinos. O es más interesante ver con quién está enrollado el enésimo técnico de cultura de turno, o lo cascada que está fulanita desde que se ha divorciado.
Un juego imparable de miraditas, scanners de modelitos de marca seguramente, y canas reticentes al tinte por falta de tiempo.
Me pone negra. Odio sentirme observada en plan pipican, botigueta o cementerio en vida.
¿Tienes una vida aburrida? Te aguantas. Pero no me mires sin disimulo pensando si soy una turista ucraniana o la fulana del alcalde. Lee mejor a Tolstoi. Te hará bien saber que seguramente posees más de lo que imaginas.
Y con esto y un bizcocho me hundí en mi asiento anónimo, viendo como las gallinitas calentaban sus huevos bajo su plumaje pre primaveral.
Ah, y alguien dejó la calefacción encendida en la sala, seguramente por ir a mirar donde no debía, y casi morimos asfixiados. Pero da igual, lo importante es saber quién está en dónde y con quién. Y si alguien perece por el camino, ya tendremos de qué hablar.
Amaros bajo los rayos de sol sempiternos, que ya es hora!

martes, 15 de marzo de 2011

La lluvia enciende la apatía

Los procesos son lentos y sirven para recomponer las partes y el todo. Uno se aplica cataplasmas de paciencia, se pone betadine por todas partes, un par de temas de los Beach Boys y palante. Pero lo de la disciplina lo llevo mal. Tengo que reconocerlo. Y eso que me tiendo trampas amigables como cenas o piscinas por nadar, pero siempre es difícil cuadrarse delante del ordenador y acatar órdenes.
Maldito (o no), monstruo anarquista que llevo dentro. Y encima hoy he tenido un postre espcial: grúa y multa. Casi 200 euros por la patilla. No he llegado a dar la patada voladora pero poco ha faltado. Robos disfrazados de legalidad. No los soporto.
Y luego el tiempo invernal, acorde con el mes, pero no con el estado de ánimo deseable.
La lluvia me moja por dentro también y me da sueño y empaña mis motores energéticos. Como que to va infinitamente más lento.
En fin, eso no quita que sigamos Dancing in the paro y disfrutando de las galletas de chocolate.
Uno tiene que conocer su sombra para ver la luz mejor. Feliz martes :)

viernes, 4 de marzo de 2011

Bocanadas de veneno

Ahora mismo estoy sacando una llamarada de cabreo por la boca, no sé si la véis. La convivencia en una escueta comunidad de vecinos como la nuestra es altamente intensa. Se oye todo a todas horas. Y yo soy sonofóbica, si es que existe. Yo no hago ruido, flecha, no quiero oír tu ruido.
Parece que la ecuación no funciona a la perfección porque a diario disfruto de los solos del niño gitano aporreando el suelo. Ni que sea rumano o bielorruso, es un niño que agrede las maltrechas baldosas con todo tipo de objetos lúdicos (para él). Y su madre, en una continua espiral de lavadoras, limpiar culos y hacer purés, bastante saturada está como para infundirle algún tipo de civismo. Para eso ya está Conchi, que le hace cursos telequinéticos de educación a distancia (nadie se entera, ni el propio niño gitano, pero yo lo intento).
Con estas que igual se me secan las entrañas, en plan Yerma y se ha acabado mi descendencia. No lo sé ni me importa ahora mismo. Porque estoy harta de escuchar taconeos y golpes. ¿Cuándo va a llegar un dandie forrado de pasta y de recursos literarios para entretenernos? No. Esperábamos sacudiendo las ramas de palmas con gran fe y llego esta mujer que nos deleita con griterío desde las 8,30 am. Como me dijo ayer un encocado desconocido: ¿No te sientes como una francesa en la banlieue? Yo ya no sé nada. Solo sé que tengo taquicardia y vuelve el invierno cual eterno retorno. Vale, es viernes. Podré salir a la calle a observar la felicidad ajena.