lunes, 5 de noviembre de 2012

El arte de divertirse

Una no valora lo que tiene hasta perderlo. Un pensamiento que ha pasado a la categoría de clásico entre los clásicos. Aplicado al contexto festivo, se puede decir que en el Mediterráneo una sabe cómo pasárselo bien. Atribúyase el mérito al mar, los vinos o simplemente la brisa de nuestros cuatro árboles pelados.
El viernes fui egregia invitada a otra fiesta. En esta ocasión no me cuestioné si la música era buena o mala ni sufrí ningún tipo de atropello. Simplemente me aburrí.
Aquí las fiestas se entienden como sentarse en el sofá y hablar. Y meterse entre pecho y espalda muchas cervezas que te llevan a hacer cola en baños ajenos y entablar conversaciones delante de inmaculadas puertas cerradas con otros bebedores de bufeta incontinente.
Ays. Y si necesitábamos más elementos de terror, aquí los tenemos: decenas (literal) de bolsas de palomitas, patatas de diferentes gustos y pelajes, madalenas, dulces de diferentes formas rebosantes de calorías y gominolas. Me empacho con sólo recordarlo.
Como puntos a favor me enteré que la capital de Taiwan es Taipei, que los taiwaneses son sumisos como los japoneses, que hay un 3% de paro en Edinburgo y que a las 8,45 los supermercados de la calle Nicholson liquidan la sección de bollería, reduciendo los precios a la mitad.
Así que si un día os invitan a una fiesta y parece una reunión de venta de tupperwares, no os asustéis. Seguro que acabáis empachados de azúcar y ampliáis vuestros límites geográficos y mentales.